Desde los primeros tiempos del imperio se estaba difundiendo en el mundo romano una nueva religión, que iba a tener en el futuro una enorme trascendencia, el cristianismo.
LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO. La génesis del cristianismo se encuentra en la predicación de Jesús, cuya vida y cuya doctrina conocemos gracias a los Evangelios.
Jesús nació en Galilea, en el año 753 de la supuesta fundación de Roma (su fecha de nacimiento sirve de base para el cómputo de la llamada era cristiana, vigente en nuestros días). Después de una vida oscura y modesta, hacia los treinta años comenzó a recorrer Judea y Galilea, es decir, el mundo judío, en el que él había nacido, con objeto de transmitir su mensaje. En el complejo mundo espiritual judío de la época, la doctrina de Jesús aportaba ideas sustancialmente nuevas. Jesús predicaba la humildad, la caridad y el amor fraterno, y anunciaba la vida eterna. Él era el Mesías, el Hijo de Dios. Pero a diferencia del Mesías que los judíos esperaban, un Mesías triunfador que les vengaría de sus pasadas desgracias, Jesús anunciaba el juicio final, mediante un mensaje claro y sencillo, dirigido a todos los hombres y no sólo a los hebreos. Perseguido por las autoridades de la época, fue condenado a morir crucificado. Pero la noticia de su resurrección, rápidamente propagada por sus seguidores, le daba un extraordinario prestigio, pues confirmaba su naturaleza divina.
LA DIFUSIÓN INICIAL DEL CRISTIANISMO. Sus enseñanzas se difundieron con una enorme rapidez, debido al celo de sus discípulos, los apóstoles. Pedro, después de predicar entre los judíos de Palestina y de Siria, se trasladó a Roma. Tomás, al parecer, llevó la doctrina cristiana fuera de las fronteras del Imperio, llegando a la India. Pero el personaje clave en la propagación del cristianismo fue, sin duda, Pablo de Tarso. Buen conocedor de la cultura helenística, Pablo era un judío que poseía la ciudadanía romana. Ganado tardíamente al cristianismo, desarrolló una actividad infatigable como misionero en Asia Menor y en Grecia.
La nueva doctrina ganó sus adeptos principalmente en las ciudades, entre los esclavos y los artesanos. Las enseñanzas morales y la promesa de salvación eran los aspectos fundamentales de la nueva religión y la causa de su rápido éxito.
A fines del siglo II el cristianismo se extendía desde el Mediterráneo occidental hasta Egipto y Siria. Los fieles de cada comunidad local se reunían para la celebración del culto. Al frente de cada iglesia se hallaba un obispo. En un principio la Iglesia madre fue la de Jerusalén, pero después de la destrucción de la ciudad por el emperador Tito pasó a ocupar el primer puesto Roma. No obstante, el cristianismo era mal visto por el gobierno imperial, debido a su organización a base de círculos cerrados, y porque negaba el culto al emperador. Por eso, desde mediados del siglo I, arreciaron las persecuciones. Pero éstas no impidieron, en modo alguno, el progreso de la nueva religión.
EL CRISTIANISMO DESPUÉS DEL EDICTO DE MILÁN. El panorama cambió radicalmente desde que Constantino, en el año 313, concedió el llamado Edicto de Milán, que reconocía la libertad de acción para los cristianos. Aunque posteriormente hubo algunos retrocesos (el emperador Juliano el Apóstata intentó restablecer la primacía del paganismo), Teodosio, a fines del siglo IV, convirtió al cristianismo en religión del Estado romano. Esta situación tenía muchas ventajas para los cristianos, pero también ofrecía graves inconvenientes, pues la libertad de acción de la Iglesia quedaba bastante limitada. El cristianismo continuó su progresión. Llegó a Irlanda, en donde destacó la obra del misionero Patricio, y se extendió entre los godos, una rama de los germanos, gracias a la predicación del obispo Ulfilas, si bien éste difundió una versión herética del cristianismo. Efectivamente, en el siglo IV surgieron interpretaciones doctrinales de tipo herético, las más importantes la donatista, que se difundió por el norte de África, y la arriana. Para precisar la doctrina fue necesaria la convocatoria de concilios, de los cuales el más importante fue el de Nicea del año 325. Del seno del cristianismo primitivo salieron figuras intelectuales de gran relieve, entre ellas Orígenes, San Jerónimo y especialmente San Agustín.
Simultáneamente surgió un arte específicamente cristiano, al servicio de las necesidades de la nueva religión. Antes de Constantino los cristianos se reunían en las catacumbas, que decoraban a base de escenas o figuras que tenían un valor simbólico, como el cordero. Después del edicto de Milán se edificaron numerosos templos, tomando como modelo las basílicas romanas. Por su parte, los sarcófagos nos han legado un rico muestrario de la escultura paleocristiana.
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2 comentarios:
Gran contenido. Muchas gracias.
la verdad muy pero muy buena informacion muy util para mi trabajo sobre la erligion cristiana para el liceo muuuy buenoo :)
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