En la isla de Creta, situada en el Mediterráneo oriental, floreció en el segundo milenio a. de C. una brillante civilización, que alcanzó su apogeo entre los años 1700-1400 a. de C., para ser posteriormente destruida por la invasión de los aqueos.
Nos es conocida gracias a los restos del palacio de Cnossos y a los textos que no hace mucho comenzaron a ser descifrados.
En la isla se cultivaban frutales, olivos y viñas. También destacaron los cretenses por sus trabajos de cerámica y de orfebrería. Pero su gran actividad económica fue el comercio marítimo. Los cretenses tenían una poderosa flota, con la que circundaban el Mediterráneo, desde Egipto hasta Italia. Objetos cretenses se han encontrado, entre otros lugares, en Egipto, Chipre, Asia Menor y Fenicia. Durante varios siglos los cretenses ejercieron un dominio indiscutible del mar (talasocracia).
Desde el punto de vista social era notoria la diferencia que había entre los poderosos, que vivían en palacios, y los humildes, que se amontonaban en míseras aldeas. También es destacable el papel fundamental que desempeñaba la mujer en aquella sociedad. Al parecer, en la isla había diversos príncipes, pero llegó un momento en que se impuso el de Cnossos.
La religión cretense se basaba en una Gran Madre, diosa de la tierra y de la fertilidad, y otros diversos dioses menores (el toro entre ellos). Las ceremonias religiosas estaban en relación con los ciclos de la vida agraria. Pero quizá lo más sorprendente fueran los juegos públicos, en los que destacaban los ejercicios atléticos y una especie de corridas de toros.
En general, la civilización cretense ofrece un espíritu de libertad y delicadeza hasta entonces desconocido, así como una preocupación por lo humano, todo lo cual entroncará con el mundo helénico.
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