En Europa central y oriental vivía un conjunto de pueblos que emergen a la historia entre los siglos VI y IX, los eslavos.
Aunque tenían muchos rasgos comunes (étnicos, lingüísticos, etc.), había notables diferencias entre los eslavos orientales (rusos y ucranianos), los occidentales (polacos, checos,...) y los meridionales (búlgaros, croatas,...).
A lo largo de la Edad Media se constituyeron diversas naciones eslavas. Históricamente estos pueblos estuvieron sometidos a una doble presión, los invasores asiáticos por el Este (los mongoles primero, más tarde los turcos) y los alemanes por el Oeste (la presencia germana fue especialmente acusada entre los checos).
Bizancio ejerció una influencia de primera magnitud sobre los eslavos, particularmente en los orientales y los meridionales. Ante todo les llevó su religión. En el siglo IX dos misioneros griegos, Cirilo y Metodio, iniciaron su evangelización. Ante la necesidad de dirigirse a ellos en su lengua idearon un alfabeto, adaptado del griego. Es el llamado alfabeto cirílico, hoy utilizado en diversos países. El cristianismo se extendió rápidamente entre los pueblos eslavos (moravos, serbios, búlgaros y, finalmente, rusos, cuando a fines del siglo X se bautizó el príncipe Vladimir, fundador del estado de Kiev, primer esbozo de organización política rusa).
Las iglesias eslavas seguían la liturgia ortodoxa griega y estaban bajo la autoridad del patriarca de Constantinopla. Asimismo, Bizancio aportó a los eslavos numerosos elementos de tipo jurídico, político y artístico (un buen ejemplo de la arquitectura rusa de inspiración bizantina lo constituye la iglesia de Santa Sofía de Kiev).
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